miércoles, 21 de noviembre de 2012

La lluvia que cae


A veces no queremos escapar, la conformidad y situación en la que nos atrapamos nos crea ceguera y preferimos permanecer en eterna espera que atravesar la puerta y salir huyendo. No huyendo de los problemas, sino huyendo de la conformidad y afrontando la realidad con la mejilla preparada para el golpe.



Clavaste tu figura en el suelo.
A modo de castigo, como severas y férreas manos, las gotas de lluvia te caen sobre los hombros sumiéndote a un profundo estado comatoso de ensoñación e inspiración (o eso crees, iluso) pero, a la vez, despiertas dolorosamente de la ignorancia. ¿Cómo es posible que hayas estado tan ciego? Abre los ojos y mira.

   Plantado en medio de la lluvia, confuso y alocado, te das cuenta de que estás aguantando para nada. Cascadas en briznas de pelo, zapatos mojados y calcetines empapados aprietan congelados la piel a causa de la velocidad, mientras persigues cegado por la cortina de agua y la penumbra. Pero mientras, como en un nublado espejo sobre tu cabeza, ves tus pies permanecer sellados en el mismo lugar en que empezaste. No eres persona de perseguir a la carrera, mejor para y espera.
¿Pero, por qué corres? Hace diez segundos el mundo era Cosmos, ahora todo indica que buceas en el Caos. Decenas de luces, bocinas y bofetadas de agua salpican a tu alrededor mientras la mirada permanece estúpidamente hipnotizada por una discontinua línea blanca que serpentea bajo tus pies, estás en una carretera. Una bomba en el interior del pecho se hincha y deshincha cada vez más rápido obligándote a aumentar peligrosamente la velocidad más y más. Como agujas castigan el interior de todo tu mundo y te obligas a evitar pensar en la razón de tu carrera. ¿Huyes o persigues?
 El tiempo se te agota y todavía no has hecho nada para remediarlo, las costuras se ciñen y los tejidos aprietan sin poder aguantar la presión. Tu propio corazón se llena de ferviente lava roja y lo sientes explotar arrasando costillas, músculos y piel a su paso. Pero despiertas con los ojos aún cerrados sellados por los párpados a presión. Tan solo una mera rendija te deja ver el asfalto comiéndole terreno progresivamente a tus pies anclados en el suelo. Una gran ola congelada acoge tu cuerpo llevándoselo y meciéndolo en un interminable sueño de navíos hundidos y peces eléctricos. Cuando dormimos, la oscuridad reza que todo lo que necesitamos, la encontramos en ella.

   Despiertas. Las piernas siguen a la carrera. Entonces te das cuenta de por qué estás corriendo, huyes, pero eso ahora ya no importa. No te atrevas si quiera a pararte, no ahora.

   ¿Por qué no podemos ser como los árboles de hoja caduca, cambiantes con cada estación del año? ¿Por qué no puedo ser la lluvia que cala tu débil y desnuda madera?

   Sigue corriendo. Yo te encontraré siempre en tus sueños para que vuelvas a imaginar mundos ahogados por mareas y diluvios. Porque seré la oscura nada que origina el Cosmos y el Caos, y porque seré la lluvia que golpea fría contra tus hombros para recordártelo.

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